La guerra moderna by Martín Caparrós

La guerra moderna by Martín Caparrós

autor:Martín Caparrós [Caparrós, Martín]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Crónica, Viajes
editor: ePubLibre
publicado: 1999-03-15T00:00:00+00:00


* * *

Al costado del camino que me lleva hacia La Macaxeira se alternan la selva y su esqueleto. La selva es un paisaje inútil: se lo puede ver desde un camino, un río, un avión, pero no hay cómo entrarle, cómo usarlo. Hay tramos de espesura cerrada, impenetrable —el mato—; hay otros que son grandes llanuras con apenas algunos árboles muy altos, quemados, que se mantienen aquí y allá para decir que esto fue el Amazonas.

La Macaxeira está cerca de un pueblo que se llama Treinta. Su nombre verdadero es Curionópolis, pero lo llaman Treinta porque está en el kilómetro 30 de una ruta que la selva se va comiendo día tras día. A pocos kilómetros de acá está la gran mina de Serra Pelada, una de las mayores reservas de oro del mundo, que el gobierno está por privatizar por una cantidad que la oposición denuncia como muy inferior a su verdadero precio.

—Y solían decir que Treinta solamente se llamaba así de día. De noche, era Treinta y Ocho.

Por el calibre del revólver más popular: cuentan que en los ochentas, cuando la fiebre del oro, cada noche morían seis o siete: robos, peleas, celos, disputas por un filón confuso. Y que los enterradores estaban tan apurados que los tiraban así nomás, a cuerpo limpio, en hoyos de ocasión, y que solía quedarles un brazo o una pierna afuera, a modo de monolito pobre de esas tumbas sin nombre.

Desde Treinta hasta el campamento de los sin tierra son quince kilómetros de un camino de dos metros de ancho, hecho de agujeros, piedras y arroyitos, cercado por la vegetación cerrada y lujurienta: por suerte, en la parte de atrás de la pickup que me lleva somos veinticinco, así que sobra personal para empujarla cada vez que se queda en el agua o que, más prosaica, se para. La mitad del viaje de dos horas consiste en correr detrás de la pickup en ruinas. El cielo está cargado de nubes muy pesadas, pero el sin tierra que me trae me tranquiliza:

—No hay problema. ¿Ve el arcoíris, ahí? ¿Está de pie, ve? Si estuviera acostado llovía. Pero así no. No va a llover.

Diez minutos después teníamos toda el agua del Amazonas bajando a chorros sobre nuestras cabezas. Siempre es un problema dar opiniones categóricas.

—Ellos dicen que esta tierra es de ellos porque alguna vez les vendieron los títulos. Y que nosotros no pagamos nada. Nosotros pagamos tanto, tanto cuando la ocupamos: pasamos hambre, lluvia, enfermedades, las cargas de la policía, los ataques de los pistoleros del hacendado. No, nadie puede decir que no pagamos muy caro por la tierra…

A Gaúcho lo llaman Gaúcho porque nació en el estado de Paraná, cerca de la Argentina, hace unos cuarenta años. Durante cinco o seis trabajó en la construcción de Itaipú; después, cuando se quedó sin empleo, se vino para el norte, a buscarse la vida. Hizo trabajitos, garimpó, y vivió en los suburbios de Recife, donde fue vendedor ambulante y entró en el “ciclo



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